Nada se parece más a sus casas que el mate, el dulce de leche y el asado. En los últimos 10 años extrañaron esos sabores, sus costumbres, su gente. Habían marchado tras la crisis de 2001, convencidos de que su futuro iba a ser siempre más promisorio en un país del primer mundo. Una década después, armaron sus valijas y emprendieron el camino de retorno. Y aunque para ellos regresar significó un "empezar de cero", se sienten felices de estar en casa otra vez.
España, sumida en una profunda crisis, dejó de ser la tierra prometida para muchos de los argentinos que llegaron hasta este país con la ilusión de llevar una vida mejor. Ahora, muchos de ellos, a quienes se los conoce como los "inmigrantes del corralito", están volviendo a cruzar el océano para buscar un mejor pasar en la tierra que los vio nacer. Ariel Gayá es uno de los tantos tucumanos que decidió probar suerte en el país ibérico. Se fue en mayo de 2002. En esos tiempos, estaba muy asustado por su futuro. Como tenía familiares en Mallorca, pensó que era una buena idea afincarse ahí. "Me ayudó a definirme el hecho de que mis hermanos y mis padres decidieron irse también. Pese a que nuestro padre era ciudadano español nos costó muchísimo conseguir los papeles. El consulado estaba colapsado", recuerda el joven, quien partió a España acompañado también por su pareja y su perro.
Un año después, en 2003, pudo legalizar su situación en el país extranjero. Los primeros meses fueron muy difíciles para él, que es comerciante, y para su hermano, médico. Recuerda que dieron un giro drástico a sus vidas. No sólo porque estaban al otro lado del océano. Para subsistir, tuvieron que trabajar en un matadero.
Después vinieron tiempos mejores y Ariel tuvo sólidos empleos relacionados con el área comercial y la organización de eventos. Su calidad de vida iba mejorando cada vez más: compraron una casa y dos autos junto a su mujer. "No me faltaba nada, es cierto. Y sin embargo, sentía un vacío grande. Es muy duro estar lejos; el desarraigo te mata. Mis padres decidieron volver. A veces estaba bastante deprimido. Era algo que en cualquier momento iba a explotar. Allá las relaciones son muy distintas; la gente es fría, tiene otra manera de disfrutar y yo extrañaba todo de aquí", cuenta.
Cuando la crisis económica del 2008 sacudió casi todo el viejo continente hasta sus cimientos, él decidió que era momento de terminar con su depresión. En agosto de 2009, se volvió junto a su pareja. Ya no estaban solos como cuando partieron siete años atrás. Esta vez, lo hicieron con sus dos hijos de cinco y siete años.
"Veía que el barco se hundía. La gastronomía, que era una industria muy fuerte, mostraba un declive permanente. Un dato sorprendente es que España siempre había sido muy segura y en los últimos tiempos los robos eran constantes. Además, hubo un freno total de la construcción", apunta Ariel. Reconoce que en 2002, cuando decidió irse, tomó una decisión algo impulsiva. Pero no se arrepiente. "Nunca me olvidaré de España", dice. Y remite a las pruebas: extiende sobre la mesa de su casa una inmensa bandera española, saca revistas y otros adornos que guardan los recuerdos de una etapa inolvidable de su vida.
Su historia es la de miles de inmigrantes que ahora se sintieron acorralados por la aplanadora social que padece España (con más fuerza que el resto de Europa). Se multiplica el desempleo y la crisis parece ser más implacable con los extranjeros, inclusive con aquellos que lograron establecerse cómodamente.
Desde 2001 y hasta 2007, el número de inmigrantes argentinos en España llegó a más de 286.700. Según los datos del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE), en los últimos dos años ya se volvieron unos 45.000. Al parecer, ellos son apenas el primer capítulo de un nuevo libro que se abre para contar más historias de este tradicional ir y volver entre argentinos y españoles.